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Despedida y (no) cierre

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Campos, en la plaza de la Merced de Málaga, junto a la estatua de Picasso.

Campos, en la plaza de la Merced de Málaga, junto a la estatua de Picasso.

Tras casi tres semanas sin darle a la tecla uno vuelve a golpear el teclado con la misma escasa pericia que gastan los que quieren escribir y les marchan más rápido las cabezas que las manos. Escribir es un placer, al menos en mi caso, y por ello he decidido asesinar en vida a una bitácora (Chinitis) que en sí fue la clave de toda esta montaña de opiniones, relatos y hasta un libro, que recién publicado y presentado, me ha abierto el apetito asesino: hasta Aspersor se tomará un descanso prudencial, si no es que directamente no lo capo. A cambio comienzo ‘Contar lo que no puedo contar’ en FronteraD –ya podía ser en Antena 3 en horario de máxima audiencia, con azafatas minifalderas bordeando la mayoría de edad, contertulios retrasados gritando y moviendo los antebrazos, y Mariló Montero de rodillas y con un bozal emitiendo ruidos extraños–, que toma su nombre de una de las canciones de Lagartija Nick, el típico grupo español que será más tenido en cuenta cuando no existan; y a poder ser, cuando fallezcan todos sus miembros.

Chinitis echa el telón… No, mejor: el enterrador echa paladas de tierra sobre el ataúd que albergó no una cabeza, un tronco y cuatro extremidades, sino 1216 posts –anglicismos aceptados; cerebelo recortado– desde que el ya lejano 19 de enero de 2010 partiera desde el contaminadísimo puerto de Shanghái con destino a sus conciencias. Ya sé que la cantidad poco o nada tiene que ver con la calidad, pero no he conocido a nadie que haya llegado a tales cifras en poco más de cuatro años y medio. De ahí mi intención de escribir cada vez menos y mejor. Como los viejos (sabios). Recuerdo que una vez que colgué cuatro posts seguidos en menos seis horas Juan Pablo Cardenal, amigo, escritor y periodista, me envió un correo reclamando la autenticidad de los escritos a la vez de, entre dientes, advertirme de que dejara de enviarle tantos emails consecutivos. Porque yo he molestado más que escrito.

Aunque durante la vida de Chinitis: exabruptos, insultos, desprecios, información, alguna foto, algún que otro video, metáforas mal expresadas, errores ortográficos, denuncias que otros silenciaron, comentarios de los lectores, desprecios de algunos de ellos, humor y reincidencia. Y sólo por esto último –no repetirse salvo si es por el aliento y tras el consumo masivo de ajos crudos, la auténtica pureza– dejo Chinitis, ya que si no hubiera tomado esta decisión lo que habría hecho habría sido el comienzo de la decadencia de uno que se anuncia como escritor y no como charlatán. Y no hay paro para los que escriben a destajo.

Me han censurado –recuerdo una vez que llamé a Pablo M. Díez, amigo y corresponsal de ABC en Pekín, creyéndome que la secreta china aporreaba la puerta de mi casa tras el cierre por unas horas de Chinitis; luego me tranquilizó sin llamarme idiota, que habría sido lo más justo–, amenazado –Shilochi: el nazi-español–, advertido –desde amigos a familiares pasando por chinos recalcitrantes–, pero nunca cejé en mi auténtico empeño: cambiar el paso a la aburrida tasa de blogueros que miden sus palabras antes de escribirlas si es que directamente no escriben con la portañica aprisionándoles sus testículos, por lo general pésimamente utilizados. Los corresponsales suelen hacer lo mismo o parecido. Y yo, en mis aires de grandeza ex provinciana, siempre quise denunciar lo que otros callaron. Una especie de súper héroe de barrio. Como Aspersor. Como Rodrigo Mochales y su ‘China desde la entrepierna’, que el otro día me reclamaron por correo electrónico: algo así como ver en VHS la remontada del Madrid de Juanito contra el Anderlecht belga. Que aquello de la entrepierna vio a luz en el 2007, cuando Pekín era un estercolero en construcción y las Olimpiadas marcaban el calendario laboral, económico y turístico.

Debo agradecer a Javier Lerena y Ana Berrocal –los hombres primeros: para incordiar– su apoyo incansable durante este casi lustro, ayudándome a enlazar, a subir fotos y a retuitear, hecho éste que ya no pueden realizar los blogueros de La Opinión de Málaga, un medio que me dio la alternativa pero al que casi no conocí. Evidentemente les he debido dar más que ellos a mí. Aunque al inicio pareciera lo contrario. Si se generaran dudas sobre este aspecto que decida el abogado.

Mientras escribo esta historia, esta necrológica sin maquillaje ni mortaja, me roza una señorita jemer llevada en volandas por el personal del The Red Apron –vinoteca sita en Phnom Penh–, desde donde la sacan beoda hasta la extenuación. Seguramente no sólo no sabe beber. Sino que aún espera un orgasmo que la termine de arrugar el careto. iPhones tendrá siete. Porque esto es Asia: basura en general con paisajes maravillosos y sonrisas por doquier. En su inmensa mayoría. Nula actividad cerebral. Tremebunda ambición por el dinero y la apariencia. El final de una época, epicentro en China. Y aunque suene a pesado: sólo se salva Japón. Con sus imbéciles ultra nacionalistas y sus pajilleros indomables, que lo mismo se excitan con Mayra Gómez Kemp en la actualidad, que supera los 70, como pierden el pulso viendo a una niña de ocho años jugando con un balón de Nivea en la piscina municipal de Tordesillas.

Cuando ya había decidido cerrar Chinitis –gracias Gonzalo, una vez más– me entró en persona y en la terraza del Migas Macarena Vidal Liy, con un arte muy superior a las crónicas con las que debutó en El País sustituyendo a Reinoso, haciéndose pasar por no sé quién de nombre enrevesadamente parecido. Luego se descubrió el pastel. Y junto a mí Macarena, a la que previamente había recitado en Chintis un rapapolvo con metralla que en el fondo y en la superficie era una manual para que pudiera salir adelante. Mucho mejor que haberla halagado como hacen esos corporativistas que de puertas para adentro saben que en algunos asuntos yo llevaba razón. Por cierto, hemos quedado para que cocine en su casa. Porque aún sigo cocinando más que todos estos reporteros, escasamente dicharacheros, que se compran libros de cocina a la misma velocidad que no se enteran ni de la misa la mitad. Amén.

Adiós a Chinitis. Y gracias a los que habéis estado ahí. Prometo no serigrafiar camisetas sobre el asunto. Aunque debo señalar, muy especialmente, a todos los disidentes de ese gobierno cutre y vengativo, además de a cada uno de los 132 tibetanos que se han quemado a lo bonzo sin que NADIE les haya tenido en cuenta, así como a cualquiera de lo cientos de millones de ciudadanos chinos, que penosos o no, son vilipendiados a diario en la mayor trituradora de seres humanos que jamás aconteció en nuestra época moderna: China.

Y que todos los que comienzan algo tengan los huevos de clausurarlo antes de que otros lo hagan por ellos. Y lean a Nietzsche. Y a Bonilla. Y a Yukio Mishima. Así como poemas de Salvago: a tutiplén. Y lo de ‘Despedida y (no) cierre’ es porque Javier Lerena, de La Opinión de Málaga, me ha prometido que todos ustedes, queridos lectores, podrán releer mis textos cuando les plazca. Como esos libros heredados del abuelo que cogen polvo en alguna caja de casa. Sin que nadie se atreva a abrirlos. Con afecto. Y hasta dentro de un rato. Con más exabruptos. Y delirios. Pero nunca de rodilla. Ni de rosillas.


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